sábado, 4 de octubre de 2008

Una mañana

Levantarse al oír correr el agua, el hervor del café...
Abrir la ventana y ver la tela de araña.
Salir a la calle y notar el viento en la cara.
Quebrado el primer albor, la neblina abrazar las lomas.Quién pudiera tenerla sobre la mirada, para contemplar las cosas con su leve gasa.
Tenue, cubre e inunda, luego en un instante, se disipa en el infinito.
Dejando tras de si gotas de agua, que engendran soles, sobre el verdor de la pradera. Gotas de agua, qué poco son y qué pronto se acaban.
Perlas de rocío, collar de cristales de ensueño en la mañana.
Se adivina la carretera entre grises pinares, frutales, malezas, zarzas.
Está la tierra mojada tras la rociada.Y allí está ella, la guardiana, tan serena como el monte, se confunde con el silencio.
Bañada de luz y del sol de la mañana, la adornan con los colores del espectro.
Despierta helada como el amanecer, pero abrigada por un manto de dicha.
Se despeja, como el lento paso del ave rapaz en vuelo.
Es algo que ya conoce, nada que presagie peligro, ni emboscada, escucha mis pasos.
Me mira sosegada, mirar lo que ella ve cada mañana.



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